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Futbolista amputado: “He hecho más cosas con una pierna que con dos”

El futbolista alajuelense de 30 años es delantero en la Selección Nacional de Amputados y en la Liga Deportiva Alajuelense.

Joshua Santana tomó la decisión que cambiaría su camino por completo la tarde del 2 de enero de 2009. Decidió ir a jugarse la vida como un torero “improvisado” en el redondel de Zapote. Fue ahí donde “El Pana” lo embistió de tal forma que lo levantó del suelo haciendo una voltereta en el aire. Pensó que nada le había pasado, pero se dio cuenta, al levantarse, que no podía apoyar su pierna izquierda. Su tibia y peroné estaban partidos en dos.

A los 13 años, Santana ya tenía su primer contrato de fútbol por tres temporadas con la Liga Deportiva Alajuelense (LDA). Se sentía en las nubes y ya lo había alcanzado todo, según él. Por eso, se dio la libertad de faltar a sus clases y escaparse a “mejenguear”. Creía que sus dos piernas le iban a dar todo lo que un pupitre no. Su más grande sueño era convertirse en jugador de fútbol profesional.

Esa irresponsabilidad escaló al punto de llegar a abandonar los entrenamientos. Inventaba cualquier excusa que se le viniera a la mente. Incluso “mató” a su abuelita hasta cinco veces con tal de poder ausentarse a la práctica.

Proveniente de familia futbolera y sobrino del saprissista Carlos Santana, este delantero desamparadeño de 30 años juega con el número 10 en la Selección Nacional de Amputados y en la Liga.

Nuestro encuentro fue en la Cafetería Inclúyeme, establecimiento conocido por ser 100% inclusivo para personas con cualquier tipo de discapacidad. Lo vi sentado debajo de una leyenda en la pared que decía “tus capacidades siempre serán más grandes que cualquier discapacidad”. No lo había conocido y ya sentí que la frase me retrataba su historia. Me esperaba sentado con sus lentes de sol sobre su cabello negro y crespo. Vestía una camisa de Superman, un llamativo reloj dorado de muñeca y unos pantalones tipo “joggers” que reflejaban comodidad.

Jale a chingar a los toros

A finales de diciembre del 2008, Santana recibió una llamada de sus amigos, quienes lo invitaban al redondel de Zapote a “chingar”. Aceptó con tal de quedar bien. A Santana le gustó tanto la experiencia que volvió a meterse a la arena varios días seguidos. Adquirió confianza y ya casi ni le temía al animal. Se arrodilló ante “El Pana” a solo dos metros. Tanta confianza le jugó una mala pasada y siete años de un engorroso proceso de recuperación que no dio fruto.

Al llegar al Hospital Calderón Guardia, Santana experimentó el dolor más amargo de su vida. Había que acomodar los huesos. Sin anestesia, los doctores le pidieron que estirara, pero a pesar del esfuerzo, el hueso nunca montó. Había que operar. Le colocaron un pin y de vuelta a casa.

Tiempo después, empezó a sentir molestias producto de una mala praxis por parte del Calderón. El pin no era de la medida adecuada. A raíz de esto, se le realizaron aproximadamente 20 cirugías a lo largo de esos años. Pasó por varios métodos: pines internos, externos, cemento óseo, férulas, pero el hueso no soldaba.

Le reclamó a Dios, ¿por qué le tuvo que pasar a él? Por qué le pasaba esto si toda su vida había tratado de construirse un futuro como futbolista y ahora veía como sus amigos cumplían sus metas y él, seguía pagando las consecuencias de su mala decisión.

Fantasmas de amputación

“Joshua, existen los fantasmas de una amputación. Su pierna puede llegar a caer en un balde”, le dijo fríamente el doctor que lo atendía.

Esta noticia le cayó como un balde de agua fría. “¿Qué carajos voy a hacer solo con una pierna?”, se repetía constantemente. Como no veía un futuro solo con una, se rehusó completamente a la idea. No iba a dejar que le quitaran su extremidad.

Los fantasmas tardaron un año en aparecer. Ya para inicios del 2016, una fiebre muy alta lo consumió y de nuevo a Emergencias. La pierna estaba infectada.

Fue muy duro para toda la familia. Su madre era de las más afectadas y “don Bruce” -su jefe- lo notó. Por lo tanto, decidió hacerse cargo de todos los gastos de la amputación y la futura prótesis. Santana no podía creerlo.

Llegó el día y el 11 de febrero de 2016, Joshua Santana se despertó con una sola pierna.

Una pierna, una nueva vida

El proceso de adaptación a su nuevo estilo de vida fue difícil. Decidió no ser una carga para su familia, aprendió que no es un “pobrecito” y aceptó lo que ahora es.

En el Centro Nacional de Rehabilitación (CENARE), donde hacía la terapia física, se encontró con la doctora Sofía Howell. Ella le presentó por primera vez la posibilidad de jugar al fútbol en la Asociación de Fútbol de Amputados. Le insistió tres veces y a la tercera, aceptó ir. Su primer acercamiento a la disciplina fue un mes y medio después de la amputación.

Ese mismo año se unió al equipo liguista. Celebró su primera anotación en el Coyella Fonseca contra el Club Morado. Reconoce que fue una linda sensación porque se dijo: “Vea, sí puedo”. “Fue lo mismo que sentí cuando lo hacía con las dos piernas”, dice.

Ocho meses después de la última cirugía consiguió la prótesis, gracias a don Bruce. Ahora, nadie lo para. Se considera un líder dentro del equipo. Ha recibido méritos como mejor jugador del año, goleador del torneo, participó en la despedida del ex futbolista Pablo Gabas y compitió en el Mundial de Fútbol de Amputados México 2018.

En su nueva vida, se dio cuenta que tenía grandes capacidades que, incluso, no las había adquirido con las dos piernas por estar en su zona de confort. Se convenció de que era capaz de alcanzar todo lo que su mente quisiera y alega que se agarró de Dios para lograrlo.

Dentro de sus futuros planes está llegar a jugar en Turquía por el apoyo que se le da a la disciplina allá. Quiere terminar de completar el bachillerato y luego estudiar Enfermería o Psicología. Dice que necesita devolver todo lo que recibió. También, se dedica a compartir su historia y su mensaje en charlas motivacionales.

“Si tuviera que volver a nacer, le pediría a Dios que me dé la misma vida, no me arrepiento de nada”, concluye el manudo con una sonrisa en su semblante.

Fotos cortesía: Mariana Cerdas Gutiérrez

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